2/4/13

Los milagros y los pensamientos siempre van de la mano.



Francesco 


 Los milagros y los pensamientos siempre van de la mano.

Los milagros y los pensamientos siempre van de la mano. Uno atrae al otro.

Milagros acción a los que los humanos no se acostumbran, lo pronuncian descreídos y como si el milagro sólo fuera un efecto asombroso y desconocido.
“Milagro”, palabra que tendría que ser tomada con la cotidianidad que tienen las palabras madre y padre. Anímate, busca tus milagros.
El Maestro del Tiempo.



Tan asombrada como la familia, Camila quedó paralizada. Los otros médicos que la estaban ayudando a asistir a Damián tampoco entendían nada. Todos sus síntomas parecían haber desaparecido. Entonces se acercó a su paciente y le entregó un regalo pequeño envuelto en un papel rústico. Estiró la mano, se lo entregó y abrazó efusivamente a su paciente preferido, sin siquiera pensar en su cuerpo debilitado.

Ella le miró los ojos y las mejillas, quedó admirada de los buenos colores que reflejaba la cara de Damián.

Ella se quedó junto a su familia conversando con él hasta que sus seres queridos salieron a tomar un café, seguramente para reponerse de tanta emoción.

Camila estaba feliz y se alegraba de verlo tan repuesto,

—¡Hola Docl —dijo el muchacho.

—¡Hola Damián! Se te ve muy bien. Yo debo estar muy ojerosa, he viajado muchísimas horas y casi no descansé. Te he traído algo. Quiero que rompas el papel, dicen que trae suerte.

—Guau, qué bonito. ¿Es de madera?

—Sí, es de madera de Sándalo. Dicen que los adornos tallados con esta madera están repletos de bendiciones.

—¡Ah, me hubieras traído uno más grande entonces!

—No digas eso, porque la próxima vez me acompañarás y elegirás el que más quieras.

—Sabes, quisiera que este último tramo pase volando. Estoy cansado de tanto aburrimiento y quiero irme a mi casa.

—Dime, Damián, ¿no crees que no hay nada más lindo que dormir en tu propia cama? Te lo comento ya que pude estar en los mejores hoteles, en las mejores casas con la gente más linda, pero uno no tiene su casa, su cama, su baño. Me imagino lo que debe ser estar tanto tiempo internado.

—Sabes, a todo te acostumbras. Primero te enojas, luego lloras, después te aguantas, y después ves este lugar como tu propia casa. No puedo salir corriendo y escaparme de mi propio cuerpo. Así que lo único que me queda es esperar. Sabes, todos los que vinieron a verme me dijeron "te vemos bien, ya saldrás, te repondrás pronto". Solamente mi abuela fue la más sabia de todas las visitas, me dijo tocándome los labios: hijo, debes tener paciencia, paz más ciencia. Y esas palabras que nunca nadie me había dicho me sirvieron para acostumbrarme y no desesperarme.

—Es que cuando eres pariente de un enfermo, no sabes qué decirle para darle ánimo y terminas fingiendo sonrisas y hasta contándole tus propios problemas para que el otro no se sienta solo en las desgracias.

—Sí. Ja, ja, ja, ja. Tienes razón, algunos quieren que yo les dé ánimo. ¿Y qué crees? ¡Se los doy! Entonces salen reconfortados porque me ven bien y además se sienten mejor. ¿Qué te parece, no es increíble? ¡El muerto se ríe del degollado!

—¿Qué sientes? ¿Qué te está pasando? ¿Por qué estás subiendo el tono de tu voz, te estás poniendo pálido, te sientes bien?

—No lo sé, desde que me enfermé nunca me he sentido totalmente bien. Sólo algunas horas, nunca días entero, hasta llegué a tener envidia de los demás que estaban sanos. Mis preguntas eran: ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Ya sé que dirás que tengo que preguntar ¿para qué? También pensé la respuesta y será para ser mejor todos los días. Sin embargo, yo me considero de muy buen corazón y si fuera así, los malos estarían todos muñéndose.

No te niego que a veces he sentido rencor por alguna tontería de la vida, me pude haber enojado con la vida en algún momento, eso casi no lo recuerdo. De lo que estoy seguro es de que ahora sí la vida se enojó conmigo.

¿Qué te parece si cambiamos de tema? ¿Cómo te ha ido a ti en tus vacaciones?

—Fue hermoso. Yo siempre digo que lo que es perfecto no se puede describir con palabras. Todavía es muy sutil mi experiencia, me siento muy movilizada por todo lo sucedido. Sólo se puedo decir que en la India se respira amor.

Me hubiera gustado haberme quedado más tiempo pero no me fue posible. Tuve la buena suerte de que me acompañara una buena amiga. Quizá sola no me hubiera atrevido a ir.

—¿Y qué más?

—Te contaré luego, ahora déjame tomarte unas muestras de sangre.

Damián estiró el brazo mientras miraba a Camila y observó un brillo especial en la mirada de ella. Se expresó con mucho amor y confianza y sin timidez le preguntó:

—¿Te has enamorado de tu gurú?

—No, nada que ver. Puede ser que me haya ayudado. Él recibió una carta en la cual también pedía por ti.

—Y ¿Qué te dijo?

—Nada, no dijo absolutamente nada. Pero pude sentir que me hablaba con sus ojos, realmente es un placer haber estado en ese lugar.

—Dime, Camila, además de las charlas silenciosas con tu gurú, ¿Qué otras experiencias has tenido?

—Pude ir de compras, hacer dos o tres excursiones, hablar con la gente. Conocí otra cultura y otra religión, todo esto es maravilloso y enriquecedor.

También conocí a un hombre en un aeropuerto que me encantó. Es comisario de abordo. En el primer golpe de vista creí que lo había conocido en alguna otra parte, pero luego traté de quitarme esa idea de la cabeza. Me llamó muchísimo la atención su mirada, el brillo que despedía. La verdad, Damián, creo que me enamoré.

—¿Y estás de novia?

—¡No! ¿Qué crees?, ni siquiera nos dimos los teléfonos. 

—Me parece que tendrás que volver a ver a tu gurú. Pídele un conjuro con alguna fórmula que te despierte un poco. ¿Por qué no le preguntaste cuál era su teléfono?

—No, nunca hubiera hecho eso.

—¿No te arrepientes?

—¡Claro que sí!

—Entonces eres una tonta. Quizás alguna vez vuelvas a encontrártelo.

—Quizás.

Y Camila suspiró. Damián captó al instante el suspiro y suspiró él también como un modo de acompañarla en la conversación.

—Hablando de encuentros, ¿a que no te imaginas quién me estuvo visitando todas estas tardes? Es un joven delgado, rubio, que cuando entraba a mi habitación lo hacía traspasando el tragaluz de la ventana.

Yo creo que es Dios.

—Me parece que la fiebre está distorsionando la realidad, y además, si viniera a visitarte tu Dios, tendría que ser Buda. Tú me has contado que perteneces a esa religión, —le dijo Camila mientras le arreglaba las almohadas.

—Bueno, a Buda no se parece.

—Te quiero decir que tuve ese tipo de visita y cuando atravesaba la ventana del tragaluz, él se aparecía en la habitación y esta se iluminaba. Entonces, me miraba y me preguntaba: ¿Estás preparado para partir?

Yo interpretaba que él me querría decir que me tenía que ir, pero a mi me daba miedo y le respondía que todavía no estaba Preparado. Entonces hacía una señal con su mano y del centro de su palma salía una aroma muy fuerte a azahares. Eso me daba paz.

Mientras mi Alma saltaba de alegría. Yo tiemblo de frío cuando él está frente a mí, siento que se me hiela la sangre y comienzo a castañetear los dientes.

—¿Te hago una pregunta?, puedes no responder si así lo deseas. ¿El te visitó hoy?

—Sí, apenas llegaste él se acababa de ir por la misma ventana. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque sentí el perfume del que hablas en la habitación. Creí que te habían traído flores pero no las vi. Luego pensé que era el perfume de alguna niña bonita que te había venido a visitar.

—Hoy no vinieron más que amigos y además mis amigas no huelen a azahares.

—Tienes razón, no dudes que te creo, sólo que no es común lo que me cuentas. Y lo que no es común es raro, y lo raro es único. Explícame un poco, ¿Alguien más lo vio entrar?

—El jamás entró cuando me encontraba acompañado. Pero, ¿sabes una cosa? Hoy me dijo que me decidiera pronto porque no me quedaban demasiadas alternativas para elegir. Y mientras atravesaba la ventana seguí con la mirada los destellos que despedía su Luz, lo llamé y él se volvió hacia mí. Luego le dije que tenía mucho miedo de marcharme y a la vez tenía la certeza de que irme con él era la mejor opción para mi.

Dijo que a las dieciocho horas vendría a buscarme, que me preparara, que tenía escrito en el libro de mi vida con quién estaré en el último suspiro y que había elegido estar muy bien acompañado.

—¿Te puedo pedir un favor? Dile que es injusto que te vayas tan joven.

—Pero yo ya se lo dije y parece que no quiso responder. Sólo dijo: yo sé muy bien lo que es mejor para ti.

—Pero mira tu reloj —le dijo Camila a Damián—. ¿Qué tienes?

—¡Las dieciocho treinta! ¡Qué gusto me da darme cuenta de que las dieciocho ya pasaron!

Y de pronto sus padres, que regresaban de la capilla del hospital, se acababan de enterar de lo mal que se había puesto su hijo v de su pronta y milagrosa recuperación:

—¿Qué ha pasado, Damián? —le preguntó el papá, maravillosamente sorprendido.

—Nada papi, me siento muy bien, siento que me he sanado.

En ese instante los médicos se miraron y sintieron una inmensa emoción. ¡Por fin se hacían presentes los milagros en el hospital! Claro que para la medicina los milagros no entran dentro de la ciencia. Uno más uno no es dos, así que lo que no tiene explicación quizás sea algo que la medicina todavía no puede hoy por hoy descubrir.

Camila quedó con la boca abierta y lloraba de la emoción.

No dejaba de agradecerle a Dios y a sus guías semejante fenómeno.

—Parece que te dejaron plantado —le dijo al oído a Damián y guiñándole un ojo le comentó —, después hablaremos. Te dejo con tu familia.



Extracto de "Francesco decide volver a nacer de Yohana Garcia"





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